domingo, 23 de junio de 2013

MAIOR "STOPPIN" DO MUNDO BRASIL


Los brasileños y los televidentes del mundo que siguieron la última semana los partidos de la Copa de las Confederaciones vieron con estupor cómo un tsunami humano avanzaba por las calles de Río de Janeiro, San Pablo, Fortaleza y otra centena de ciudades.
Sin líderes a la vista, las protestas callejeras convocaron a más de un millón de personas en reclamo por la suba de tarifas del transporte colectivo en el marco de una fuerte inversión del poderoso Brasil –una estrella ascendente para los países desarrollados– en la remodelación de seis estadios a todo lujo en la Copa de las Confederaciones, lo que se considera un ensayo general de la Copa Mundial de Fútbol 2014, en el que el gobierno de Dilma Rousseff piensa inviertir unos US$ 15.000 millones.
La marea humana que hizo conocer al mundo su malestar ciudadano es inédita en las últimas dos décadas de Brasil. Hay que remontarse a las marchas de la década de 1990 cuando las calles se agolparon de manifestantes que reclamaban la renuncia del expresidente Fernando Collor de Mello, acusado de corrupción por uno de sus hermanos.
Las imágenes de avenidas importantes como la Paulista, en San Paulo, o el Congreso Nacional, en Brasilia, tomadas por la multitud, no han sorprendido solamente a la comunidad internacional que no entiende por qué se rebelan los habitantes de un país que ha registrado un inédito crecimiento económico –aunque más leve en el último año–con desempleo abajo del 6% y políticas contra la pobreza que llevaron a más de 40 millones de personas a ascender en la escala social.

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cortesia elobservador.com

1 comentario:

  1. En el primer fin de semana siguiente a las intensas movilizaciones que conmovieron a Brasil, todo parecía indicar que habría movilizaciones mucho más calmas que los días precedentes. Pero, un día después del discurso en cadena de la presidenta Dilma Rousseff en el que prometió cambios, la marcha de 70.000 personas en Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais, terminó en intensas refriegas con las fuerzas policiales en los alrededores del nuevo estadio mundialista Mineirao.

    Allí jugaron ayer México y Japón, competidores que ya quedaron afuera de la Copa de Confederaciones. Los agentes de la Fuerza Nacional de Seguridad, enviados el viernes último por el gobierno de Dilma, se sumaron a la policía militar provincial para reprimir con dureza a los manifestantes.

    Gases lacrimógenos, el llamado “spray pimienta” y balas de goma fueron disparados a granel. Enfurecidos, jóvenes y no tanto arremetieron contra las tropas, en una confrontación abierta que incluyó depredaciones de edificios, entre ellos, la sede de la Universidad Federal de Minas Gerais. Algunos desaforados invadieron el parque universitario y llegaron a desgajar árboles para montar barricadas.

    Antes del enfrentamiento había clima de fiesta. Y las columnas de la protesta se desplazaban, con las banderas brasileñas en alto o envueltas alrededor del cuerpo de los manifestantes. Había, inclusive carteles y banderas del Movimiento de Gay, Lesbianas y Transexuales; no así de organizaciones político partidarias. El tono violento de la capital mineira contrastó con la calma de otras protestas en Brasil, como la marcha en la ciudad de Santa María, en Río Grande del Sur. Allí 30.000 personas se dieron cita en el principal cruce de avenidas para demandar justicia, en el proceso para investigar las causas del incendio que a principios de año mató 234 jóvenes en el club nocturno Kiss.

    En Brasilia, que había sido palco de terribles acciones contra ministerios y el Congreso, tres mil personas se reunieron en la “Marcha de las Prostitutas”. Desfilaron con carteles de corte feminista: “Desnuda o vestida no hay motivo para el estupro”, rezaba uno. Otro decía: “Sin patria, sin partido, sin marido”. No fue preciso montar cordones policiales. El ánimo no era de lucha callejera sino de reivindicaciones feministas: “En Brasil, el feminismo nunca duerme: nosotras siempre estamos en las calles”. También hubo cánticos más politizados: “Yo solo quiero ser feliz, andar por las calles tranquilamente en la ciudad donde nací”.

    Por la mañana, en Río de Janeiro, el movimiento Río de la Paz manifestó en Copacabana. Colocaron 500 pelotas de fútbol en la arena que, según dijeron, “representan el medio millón de brasileños asesinados los últimos 10 años” por la guerra entre el narcotráfico y la policía. Ellos exigían, ayer, el “modelo FIFA” (de excelencia para la Copa del Mundo) en la salud, la educación y la seguridad. Esta organización evaluó bien el discurso que la presidenta Rousseff pronunció el viernes último por cadena nacional: “Hubo un reconocimiento de que el país carece de escuelas y hospitales razonables. Pero nos preocupa que haya hablado de saqueadores y vándalos”, indicaron los dirigentes. Pero también se quejaron de que “no haya mencionado con la misma fuerza el abuso cometido por las fuerzas policiales”. Dilma, en verdad, fue categórica al asegurar que no iba a “tolerar” los desmanes. Por eso aceptó enviar la Fuerza Nacional a Belo Horizonte, donde el gobierno provincial está en manos de la oposición socialdemócrata.

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