lunes, 10 de febrero de 2014

ESCRITORES Y SUS MANIAS ;ITERATURA Y OTROS

Contra la creencia más o menos generalizada, son legión los artistas que se atienen a una rutina estricta. Los escritores norteamericanos se llevan la palma en este terreno.

Stephen King trabaja todos los días del año, incluidos festivos, a partir de las ocho de la mañana, y no se permite levantarse hasta haber producido 2.000 palabras. Para John Updike, una rutina sólida "te protege de darte por vencido", y por eso es tan regular como "un dentista que taladra dientes todas las mañanas". Isaac Asimov interiorizó de tal modo el horario de trabajo en la tienda de caramelos de su padre, que trabajó toda su vida de seis de la mañana hasta la una de la madrugada del día siguiente.

Charles Dickens necesitaba un silencio absoluto para escribir y su estudio tenía que estar escrupulosamente organizado, con el escritorio frente a la ventana y, sobre él, sus plumas de ganso y tinta azul junto a un jarroncito de flores frescas, un abrecartas, una bandejita con un conejo encima y dos estatuillas de bronce. Los hijos de Thomas Mann tenían prohibido hacer ruido entre las nueve de la mañana y mediodía; el novelista alemán escribía sólo en ese lapso y todo lo que llegara después debía esperar al día siguiente. Para evitar interrupciones, Tolstoi se aseguraba de que todas las habitaciones contiguas a su estudio estuvieran cerradas con llave antes de sentarse a escribir.

Otros autores son igualmente ordenados, pero pueden concentrarse en cualquier circunstancia. Saul Bellow, que se considera "un burócrata" entre los escritores, podía crear mientras atendía llamadas de sus editores y agentes de viaje, amigos y estudiantes; para recuperar la concentración le bastaba, decía, con hacer el pino..

Caóticos y desenfrenados

Desde que se mudó de Montmartre al suburbio de Arcueil, Erik Satie caminaba todos los días 10 kilómetros para regresar a los cafés del centro, donde componía. De madrugada solía perder el tren y le tocaba volver a casa a pie. Glenn Gould se pasaba el día encerrado en su casa de Toronto; aseguraba no practicar al piano más que una hora diaria, y el resto del tiempo lo dedicaba a leer, hacer interminables listas de tareas pendientes, estudiar partituras y llamar por teléfono a diestro y siniestro, lo que le suponía facturas de cuatro dígitos.

Agatha Christie escribía en cualquier sitio, lo mismo le daba la encimera de mármol del lavabo que la mesa del comedor. Simenon podía pasarse meses sin trabajar y luego le salían 80 páginas de un tirón. El estudio donde pintaba Francis Bacon era un batiburrillo que llegaba hasta las rodillas de libros, pinceles, papeles, muebles rotos y otros desechos. La rutina creativa de Samuel Beckett cuando estaba en racha mereció de Paul Strathern el siguiente comentario: "Su vida entera giraba en torno a su casi psicótica obsesión por escribir".

Alcohólicos y empastillados

Para muchos artistas crear es sufrir, y el alcohol y las pastillas se convierten para ellos en peligrosos aliados: la misma poción que te ayuda a trabajar al final se hace imprescindible para que puedas trabajar... Faulkner era dependiente del whisky; John Cheever, que durante un tiempo logró atenerse a la rutina de bajar en traje a los trasteros de su edificio y ponerse allí a escribir en calzoncillos, vio cómo poco a poco sus sesiones de escritura eran cada vez más cortas mientras que la hora de los cócteles comenzaba cada vez más temprano.

dibujo rapido
Diariamente
Louis Armstrong fumaba abiertamente marihuana -gage, como él la llamaba- durante sus giras interminables, en tanto que Sartre era adicto al alcohol, los barbitúricos y el Corydrane, una mezcla de anfetaminas y aspirina que Francia no prohibió hasta 1971. Truman Capote admitía que no podía pensar sin un cigarrillo entre los dedos y algo de beber: «Según avanza la tarde, me paso del café al té con menta, al jerez, a los martinis»..
Escritores yacentes
Una rara estirpe de creadores, generalmente escritores, tiene por costumbre trabajar en posición horizontal, como Juan Carlos Onetti o el propio Capote, que incluso mecanografiaba en la cama, con la máquina de escribir en equilibrio sobre las rodillas. Proust escribía exclusivamente en su lecho, con el cuerpo tumbado y la cabeza levantada por dos almohadones. Nabokov comenzó su carrera escribiendo en la cama y la terminó haciéndolo en un sofá en un rincón del estudio.
Mozart joven
Artistas a ratos perdidos
Intercalados entre los más de 160 artistas, científicos e inventores que desfilan por el libro de Currey encontramos un puñado que sólo consiguen dedicarse a su pasión cuando el resto de sus obligaciones se lo permite. Alice Munro, reciente Premio Nobel, tuvo que contentarse con escribir en el rato en que su hija mayor estaba en el colegio y la pequeña dormía la siesta. A Mozart, envuelto en una vorágine de conciertos, clases y visitas sociales, le costaba encontrar tiempo para componer.
Umberto Eco se lamenta de las múltiples interrupciones que sufre cuando está en Milán o en la universidad: "Siempre hay alguien que decide lo que tengo que hacer". Kafka relataba que no podía sentarse a escribir hasta las once y media de la noche; continuaba, en función de sus "fuerzas, inclinación y suerte", hasta las dos o las tres de la madrugada, alguna vez incluso hasta las seis. A la mañana siguiente, en la oficina, estaba tan agotado que apenas podía ponerse a trabajar y soñaba con acurrucarse a dormir en un carrito "con forma de ataúd" que usaban para transportar documentos. Durmiendo tan poco, ¿a quién pueden extrañarle sus libros de pesadilla?

cortesia elmundo.es

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