martes, 30 de julio de 2013

EL TREN DE SOLLER MALLORCA

El pintor y escritor Santiago Rusiñol bautizó en 1922 a Mallorca como la «isla de la calma». La mayor de las Baleares tiene la virtud de preservar lugares donde el tiempo parece detenido y donde se vive de manera sosegada. Y una forma de descubrirlos es viajar con el antiguo tren de Sóller. Sus vagones de madera, mimados con esmero, y su traqueteo devuelven a 1912 cuando fue inaugurado. Hasta ese momento, Sóller era una población casi aislada del resto de Mallorca, asentada en un valle de la Serra de Tramuntana. Entonces viajar a la ciudad de Palma, a solo 23 kilómetros, era una interminable ruta de cuatro horas que se realizaba en carros de mulas, a través de las angostas y sinuosas laderas del Coll de Sóller.
El tren de Sóller inicia su viaje, de una hora de duración, en su estación en pleno centro de Palma. Tras recorrer un tramo urbano, el tren deja atrás la ciudad y se adentra en el campo mallorquín, gran desconocido para quienes creen que la isla es únicamente sol y playa. El paisaje se llena de bosques de encinas, campos de almendros, olivos y algarrobos delimitados por muros secos, construidos con piedras encajadas sin cemento ni argamasa. Casitas de piedra y viejas fincas o possessions acaban de conformar la típica postal de la Mallorca interior.

La Serra de Tramuntana
Tras varios apeaderos se llega a Bunyola, el primer pueblo de la ruta, al pie de la sierra de Alfàbia. Su estación conserva el sabor de hace cien años y el olor de los campos de limoneros inunda el ambiente. El tren, un ferrocarril de vía estrecha, inicia desde allí la ascensión a las montañas, salvando un desnivel de 200 metros y atravesando trece túneles y varios puentes y viaductos, el más pintoresco de los cuales es el conocido como Els cinc ponts. Las numerosas curvas del trayecto permiten realizar fotos del tren y de la impresionante Serra de Tramuntana, que fue declarada en 2011 Patrimonio de la Humanidad.
Tras el último túnel, y como si fuera una aparición, surge el valle de Sóller, frondoso y repleto de campos de naranjos. Porque la ciudad –Alfonso XIII le concedió ese título– presume de tener las mejores naranjas de la isla, cuya exportación floreció ya en el siglo XIX.
La población cuenta con numerosos atractivos, desde la iglesia de Sant Bartomeu –originaria del siglo XIII, mezcla elementos del barroco al neogótico–, a edificios de estilo modernista como el del Banc de Sóller (plaza de la Constitució) y la magnífica mansión Can Prunera (calle Sa Lluna), sede de un museo.
Si hay un producto que sobresale en la gastronomía mallorquina es sin duda la ensaimada, y las de Sóller tienen fama: en cualquier pastelería se encuentran lisas (sin relleno) y rellenas (cabello de ángel, sobrasada, albaricoque, crema, chocolate...). También hay que probar les garrovetes del papa, el dulce más típico de Sóller, elaborado con yema de huevo y azúcar.

No olvidemos que hace una decada, un politico con pocos conocimientos de nada propuso traer el AVE a la isla de Mallorca, donde no existen carreteras mayores de 96 kilometrios./....!

cortesia blogger.com/blogger.g

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