Las lluvias del trópico en Recife provocaron los primeros problemas logísticos de la Copa Confederaciones. A Óscar Washington Tabárez, entrenador de Uruguay, se lo llevaron los demonios, porque el campo donde debía ejercitarse el jueves estaba anegado, y sus jugadores sólo encontraron un gimnasio. A la selección española le tocó hacer kilómetros, hasta Guariba, pero al menos los hombres de Vicente del Bosque pudieron disfrutar de la sesión planificada.
Recife esta lejos de todo, en Pernambuco, nada menos. Sobre todo, de los lujos del Copacabana Palace donde Joseph Blatter y los dirigentes de la FIFA ofrecían su 'briefing' a los medios de comunicación desplazados a Río Janeiro, ciudad donde se levanta el remozado Maracaná, escenario de una final a la que están destinadas España y Neymar, la campeona y el futbolista llamado a serlo en 2014, con permiso de la selección de Del Bosque, de Messi, de Alemania y de todos los demás. Neymar dijo el jueves que Dios le había agraciado con dos dones: el talento y la paciencia. Con las colosales expectativas que hay depositadas sobre el futbolista, va a necesitar de ambas, no lo duden.
Los aficionados brasileños, los 'torcedores', recelan de Neymar y hablan de los españoles como si fueran brasileños, como lo hacíamos nosotros de Pelé, Sócrates y hasta Rivaldo o Ronaldo. Observan a Xavi, Iniesta o Casillas en el mismo lugar de su gran panteón futbolístico. ¿Quién lo diría? Se arremolinan en torno a un hotel rodeado de policía e, incluso, tomaron alguna rueda de prensa con más camisetas del Barcelona que de España, es lo cierto. El hotel de la selección se asoma a la playa de Boa Viagem en una abigarrada y decadente concentración de rascacielos sobre el mar, similar a las construcciones de los años 70 en algunas poblaciones costeras españolas.
Para la selección, la aclimatación es la prioridad, puesto que es en el primer duelo, el domingo contra Uruguay, donde va a encontrar las mayores dificultades en el grupo. Enfrente, dos de los delanteros por los que más a decir el mercado esta temporada, Luis Suárez y Cavani. Si juega Casillas, será una durísima prueba para el portero, que en el amistoso contra Irlanda empezó a encontrar lo que necesitaba: una parada.
Para Brasil, lo fácil estará al principio: Japón. Después, Italia y México, rivales de nivel para una selección que está lejos de las mejores de su historia, pero enfrentada a un compromiso tremendo, como es el Mundial del año próximo. La Copa Confederaciones es sólo un test, pero en el que los brasileños tienen mucho más a perder que a ganar. La única vez que organizaron un Mundial, en 1950, acabó en el 'Maracanazo'. Vencieron en la Copa Confederaciones, en Sudáfrica, pero la historia dice que quien lo hace, no gana el Mundial siguiente. Contra todo eso, lucha Brasil y lucha la Brasil del presente, vestida de rojo.
cortesia e;lmundo.es.com
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