Onoda- San |
Atrapado en una urdimbre del tiempo, Onoda fue uno de los últimos reductos de la guerra: un soldado que creía que el emperador era un deidad, y la guerra una misión sagrada; que sobrevivió gracias a las bananas y los cocos, y a veces asesinó a pobladores que suponía eran enemigos; que finalmente regresó a casa, a la tierra del loto, el papel y la madera, y que resultó ser un mundo futurista de rascacielos y destrucción atómica.
La historia y la literatura japonesas están repletas de héroes que permanecieron leales a una causa, y Onoda, un hombrecito delgado, de modales dignificados y porte militar, les pareció a muchos un samurai antiguo, que ofrece su espada como gesto de rendición al Presidente de Filipinas, Ferdinando Marcos, quien se la devolvió.
Y su regreso a casa, con multitudes que gritaban, agitaron a su país con un orgullo que muchos japoneses han considerado como algo faltante en los años de la posguerra, de prosperidad y materialismo creciente. Su suplicio de privaciones podría haber parecido una pérdida para gran parte del mundo, pero en Japón era un recordatorio conmovedor de las cualidades redentoras del deber y la perseverancia.
cortesia clarin.com
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