domingo, 2 de septiembre de 2012

EL CHOFER REAL ESTA TRISTE ESPAÑA


El chófer real es funcionario público. Al chófer real primero le han contado lo de la pérdida de crédito y lo de las inversiones desatinadas, y después de mucho machacar, han conseguido que entienda, como el del bar y la vecina de enfrente, lo que significa y lo que acarrea. Luego le han bajado el sueldo, y al año siguiente se lo han congelado. Transcurridos apenas unos meses del segundo año de rebajas, le han quitado además la paga extra de Navidad. Si quiere comprarle un scalextric al niño, este año ya no vale lo de esperar al aguinaldo de diciembre.
Tendrá que ir apartando en los meses que quedan. En algún momento el chófer real se ha preguntado si es justo que para cuadrar las cuentas a todos les bajen por igual. Lo mismo a él, que conduce con cuidado y pericia el automóvil real, y que para poder estar a la altura de su deber, tan relevante para la seguridad de la primera autoridad del estado, pasa muchas horas de servicio, que a todos esos funcionarios que dicen que hay que no pegan ni clavo y que no llegan ni a cumplir, en la práctica, la jornada establecida. O por no personalizarlo en él, que queda feo, ni poner una referencia demasiado vaga, si el recorte debe ser el mismo para esos que están en negociados redundantes, muchas veces creados para dar pesebre a compadres, que para los que, con las plantillas sin cubrir y con medios materiales precarios, se las ven y se las desean para apagar los incendios, atender las urgencias hospitalarias o velar por la seguridad de todos. Sumido en esos pensamientos, que amén de ser desagradables estimulan la disensión con los semejantes y dificultan la unidad que precisa el país para enfrentar una situación tan apurada como la que atraviesa, el chófer real sigue no obstante haciendo cada día como mejor puede su trabajo. Mantiene el automóvil real limpio, para que dé la imagen irreprochable que corresponde; engrasado y mantenido en todos sus puntos vitales, para que en ningún momento inoportuno se vea interrumpido su perfecto funcionamiento; y puntualmente situado allí donde se le requiere que lo sitúe, ya sea en marcha o en estacionamiento.
El chófer real es un hombre escrupuloso y consciente de la gravedad de su cometido. No se le permite ninguna negligencia.
Por eso, cuando detiene el vehículo exactamente en el punto estipulado con arreglo a los protocolos de seguridad que comprobó antes de salir esa mañana, le cuesta entender que su pasajero le abronque del modo desabrido en que lo hace. Algo debe de resultarle inconveniente o enojoso, y sus motivos tendrá para ello, pero el chófer real no ha hecho otra cosa que cumplir a rajatabla las instrucciones recibidas. No logra entender qué es lo que debería haber hecho, en vez de eso, para librarse de sufrir la filípica que (en ese momento no lo saben ni quien se la echa ni el chófer real) están registrando las cámaras, junto con el sonido ambiente de los funcionarios que protestan en las inmediaciones por los sucesivos recortes. El chófer real, aturdido, no acierta a reaccionar. Su pasajero termina apeándose del vehículo con gestos destemplados que sustituye por una sonrisa cuando llega a la altura de las autoridades que lo aguardan. El chófer real calla, resignado. Piensa que esa tarde, si puede, debe ir a comprar el material escolar del niño. Que el sábado, encima, le multiplican por cinco el IVA.

cortesia libertaddigital

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